Ni siquiera me alcanza la memoria a recordar el primer día que tuve la sensación de verte, pero si recuerdo todos los días que vives conmigo en el ático de mi memoria, e incluso debo imaginarme tus despertares a eso de todas las medias mañanas; las tostadas, el café, porque si al contrario fuera no entendería por qué son las tres de la mañana y yo sigo escribiendo; por qué mañana serás la primera imagen que me vendrá a la cabeza.
Revivir sensaciones de sobra conocidas en manos diferentes es como despertar las sombras de un rincón oscuro ya abandonado por lo que un día fue, y dolió. Sabiendo que esta realidad es un tanto diferente, debo aceptar mi rendición innata y así pasa el tiempo, llegando el otoño, tantos días como horas, tanto otoño como Noviembre.
Sigo en mi atico recién amueblado y con un agradable olor a ti, intentando olvidar las cifras exactas y la ciencia empírica mientras el resto del mundo debe salvarme de mi locura.
Y entiendo que enfurezcas con la humanidad y vengas y me lo cuentes rompiendo mi silencio con tu risa.
Comprendo que a veces se te descoordine el alma y te obligues a seguir el ritmo universal preestablecido;que con mucho gusto me descoordines a mi al ver tus pasos, que cuente los segundos hasta que estés muy cerca, tanto que confunda tus labios con los míos, porque eres una de esas casualidades que pasan de repente, sin avisar, como pasan los segundos en una tarde soleada, como si fuera primavera todo el año.
Haces que me alimente a base de imaginarte, que muera en las lineas de tus manos y resucite con las curvas de tu pelo, y que no digan que no he perdido ya la cabeza por tus besos, ya no solo la cabeza sino el sentido completo, el estable equilibrio que me mantiene se marchó con tu existencia.
Te llevo dentro, tan dentro como uno de esos ideales maniáticos que se cogen de por vida o como una
realidad interminable que alimento cada día con mi alma. No lo entienden, necios aquellos que no saben apreciar una de tus miradas o la manera en que mueves la cuchara en la taza del chocolate, como si te fueras a beber todo el mundo de una.
Yo, que siempre me ha faltado el aire y que me atraganto cuando me sobra el oxígeno, que sufro de asma
autogestionada si no te tengo cerca y te huelo, que enfermo de fragilidad en épocas alérgenas; a mi, que me faltan días para enseñarte todo el universo, que no vivo si no muero dos veces por segundo.
Yo que siempre negué que no volvería atrás en ningún momento, que acepté que lo de caer al vacío era cosa de achaques temporales sin dueño, veo como me tiembla la vida cuando una de esas embestidas escuece en el pecho y comienza a arder quemándome las ideas a largo plazo, justo cuando salgo de tu gravitación. Sin embargo, tan solo con uno de sus besos se me mueren las maneras, todas esas de negativismo y autodestrucción catastrofista, y comienza a sembrar en mi vidrioso presente una melodía que acompaña a mi deseo, que debe ser el espejismo de tu cuerpo en mi cama o quizás...quien sabe, la noción de que el mundo se ve mejor desde tus caderas.
Me caen mal los días sin ti, consumen la poca consciencia humana que queda en mis venas.
Cada segundo que pasa siento el infierno que hace que al final del día calcule mi epitafio. Mi espacio se reduce al horizonte de tus pupilas y en un instante comprendo las ganas de seguir viviendo con toda el alma a cuestas, a pesar de que mi bipolaridad inducida pueda descoordinar las evidencias.
Más de un millón de segundos que me hacen persona.
Disculpa mi osadía.