domingo, 25 de marzo de 2012

Divergente


Las cuatro paredes de esta habitación han visto pasar medio cuarto de mi vida y nunca rechistaron ante la aceptación absoluta de esos imposibles imprecisos que debemos tener presentes día a día para poder sobrevivir, nunca antepusieron un no ante la realidad, porque subjetivamente todo suele ser modificado según el gusto del consumidor; exigente y delicado en sus peticiones.
Muros; que encieran ideas y desgastan el alma, me someten a una presión constante de pensamientos poco necesarios en la vida practica y racional, aunque discretamente utilizados en eso que solemos llamar fantasía. Muros de contención que presenciaron cometer delitos imperdonables a la luz de mi sinrazón, asustados por la esfervescencia del alma impura que desea con enemistad y avaricia la muerte del éxito para coronarse en lo más alto de las miserias humanas. Paredes a punto de romperse que en un arrebato de consciencia suelen mostrar al mundo el último resquicio de locura que les queda.
Grietas como amargas verdades cada día aumentan prediciendo el desastre, delimitan la existencia de cuerpo presente de la ausencia total o muerte patológica que un día el medico decidió diagnosticar, mirando como si fuera capaz de comprender e incluso identificarse con mi infortunio. Quizás solo me dio el pésame, pero su delicada y erudita expresión no me dejó ver mas allá del objetivo concreto: una medicación que me permitiría dejar de ser yo, aminorando los procesos abstractos, permitiéndome así una vida maquinaria cuya creencia de felicidad funde en mí la vida.