sábado, 25 de agosto de 2012


Se presenta la ocasión, viene buscando carne fresca. Sabes que dos segundos de placer inaudito romperán el diamante más precioso, aquel que prometiste proteger para siempre; pero siempre es mucho tiempo.
Estallamos en un determinado momento de nuestra existencia, se cuela la tentación por los milimétricos poros de la piel hasta creer que alcanza las venas formando parte inédita de nosotros mismos. En el abismo de nuestra mente, aquello que no controlamos en la vida abstracta acabara saliendo a flote manifestándose tal y como es, o más grotesco aún.
El mecanismo vital hará que pocos segundos marquen tu destino próximo hacia un fatal desenlace, que todos esos momentos cosidos con hilo fino puedan convertirse en una enorme masa inerte de pasado dolorido, que  lo vivido quede simplemente para la experiencia. Todo tu mundo, construido fracaso a fracaso y éxitos escasos se derrumba gracias a una de esas acciones no reflexionadas en míseros instantes que quizá puedan pasar a la libreta en forma de historia demacrada, como esta.
En el impacto empiezas a creer en algo que nunca fuiste, que intentaste por todos los medios no constituir, pero sabes que la pérdida alcanza límites insospechados por lo que te dignas a justificar que somos humanos y por defecto existencial, débiles, profanos, infieles y hasta tétricos, porque cuando lo desprecias no lo pierdes y cuando lo pierdes se te escapa de las manos con nostalgia.

Pasión significa sufrimiento, pulsión y lujuria a la vez; este fenómeno hace caer muros perfectamente establecidos por el consciente, ideas que se convierten en preconcebidas por el simple hecho de haberse mantenido estables durante un lapso aceptablemente largo y al mismo tiempo es uno de los principios fundamentales para el inicio de nuevas realidades dando lugar al equilibrio natural.
Es la génesis del cambio, de la mutabilidad del individuo como persona, como una consecuencia más del mundo.

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