Se presenta la ocasión, viene buscando carne fresca. Sabes
que dos segundos de placer inaudito romperán el diamante más precioso, aquel
que prometiste proteger para siempre; pero siempre es mucho tiempo.
Estallamos en un determinado momento de nuestra existencia,
se cuela la tentación por los milimétricos poros de la piel hasta creer que
alcanza las venas formando parte inédita de nosotros mismos. En el abismo de
nuestra mente, aquello que no controlamos en la vida abstracta acabara saliendo
a flote manifestándose tal y como es, o más grotesco aún.
El mecanismo vital hará que pocos segundos marquen tu
destino próximo hacia un fatal desenlace, que todos esos momentos cosidos con
hilo fino puedan convertirse en una enorme masa inerte de pasado dolorido, que lo vivido quede simplemente para la experiencia.
Todo tu mundo, construido fracaso a fracaso y éxitos escasos se derrumba
gracias a una de esas acciones no reflexionadas en míseros instantes que quizá
puedan pasar a la libreta en forma de historia demacrada, como esta.
En el impacto empiezas a creer en algo que nunca fuiste, que
intentaste por todos los medios no constituir, pero sabes que la pérdida
alcanza límites insospechados por lo que te dignas a justificar que somos
humanos y por defecto existencial, débiles, profanos, infieles y hasta
tétricos, porque cuando lo desprecias no lo pierdes y cuando lo pierdes se te
escapa de las manos con nostalgia.
Pasión significa sufrimiento,
pulsión y lujuria a la vez; este fenómeno hace caer muros perfectamente
establecidos por el consciente, ideas que se convierten en preconcebidas por el
simple hecho de haberse mantenido estables durante un lapso aceptablemente
largo y al mismo tiempo es uno de los principios fundamentales para el inicio
de nuevas realidades dando lugar al equilibrio natural.
Es la génesis del cambio, de la
mutabilidad del individuo como persona, como una consecuencia más del mundo.
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