Yo siempre he sido de
guitarrazos distorsionados y noches en vela;
los lunes suelo
desquiciarme e intento que ese sea el comienzo de mi semana,
la música alta hasta
que mis tímpanos supliquen cordura,
la ropa ancha para
que me quepa toda el alma y el compás.
Yo siempre fui de
inocencia predispuesta al encontronazo objetivo;
los martes me gustaba
aprender del sol, eternamente cálido aunque a veces escondido,
la vida seguía tan
frenética y estresante como invariable,
los ojos tan atentos
al detalle que cambiaba el rumbo del día.
Yo tiendo a ser el
pretérito imperfecto de mi presente, sabiendo que mis raíces son la
única fragua que el
tiempo no será capaz de robarme;
los miércoles
disfruto a ratos de la soledad de mis pensamientos,
la cabeza alta ante
tanto desperfecto,
el orgullo medio
lleno, por si acaso.
Yo siempre seré un
ente incomprendido entre tanto muerto;
los jueves me pasearé
por el velatorio de las utopías desterradas
para anhelar todo eso
que un día viví junto a ti,
para recodar todo eso
que un día soñé junto a mi.
Toda fuerza es poca
porque aquí la vida son dos días de esos que nunca pasan;
no es respeto ni
paciencia,
y mira, aparenta, que
quien cague más duro gana,
el problema es que
nunca aprendí a nadar en mierda.
Mientras, desconocida para todos menos para ella.
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