martes, 13 de diciembre de 2011

Carta a todas tus catástrofes:



Eres como el veneno, dulce al principio pero un amargo sabor sigue tus intenciones y acabas por matar ese resquicio de vida del que hoy ya no puedo presumir.
Mi mundo no entiende por qué aún mi alma sigue permitiéndote el paso, a sabiendas de que no cuidarás la oportunidad ni el momento, y terminarás destruyendo el sentimiento inexacto por una situación mal enfocada donde, un vez mas, no sabes actuar. Y algún día aprenderás que la vida nos pone continuamente ante realidades nunca vividas, y de poco sirve la excusa mil veces injustificada en la que muestras la validez del ensayo-error, en el que siempre habrá más equivocaciones que aciertos, pero si la humanidad se escondiera tras esa teoría, el saber hacer carecería de importancia.

Es el descuido, aquel destrozo del detalle que es tu vida, es esa manera de romper el momento, de acuchillar la realidad mientras yo te observo desconcertada, a pocos metros de tu absurdo renacer. Es la incapacidad, el egocentrismo imitado, la catarsis plenamente aceptada como forma de existencia, la manera de aniquilar el hecho de ser por inercia, de destruir vida, de componer tu instinto de muerte suicida; toda esa realidad abstracta que quema las verdades universales heredadas y anhela la quimera.
Aún yace el pensamiento de que si las habladurías personales callesen podríamos entendernos sin rencores añadidos, tan solo con el rencor del acto no siempre malintencionado. Realidad complicada de aquí a esta parte ya que prometes estados irreales y pretendes crear una utopía abstracta insostenible, intentando ser alguien en el que no crees; y te ves desempeñando una escena tétrica que te viene grande.
Necesito una realidad palpable que no solo salga de tus palabras, una verdad certera o tal vez una mentira creíble. Necesito deshacerme de esta que es mi locura, pero mi paciencia se agota y la meta, si lo fuese, está más lejos que el sueño.

sábado, 3 de diciembre de 2011

683.

Ardieron mis recuerdos y con ellos la nostalgia de unos meses amargos en pleno invierno, de todas las tardes que desperdicié junto a mi alma, de todo el daño que fui capaz de hacerte.

Por eso ódiame mientras no te duela a ti más que al mundo, aléjate de mi vida, cúlpame de tu desgracia porque yo soy el centro de tu dolor insípido, empújame hacia el barranco del olvido, desgástame como si aún te quedaran fuerzas. Mientras, observo la imposibilidad de un intento que se difunde entre los horizontes de tus fronteras, aquellas fronteras de los sueños rotos, de los errores sentenciados a cadena perpetua, del idealismo injustificado de tu vida. Pero no me culpes de las tardes que te di, sino por las que no pasé contigo, no enfurezcas por los sueños que compartimos hace ya tiempo, sino de los que nunca te dije, y sobre todo sé feliz.

Que la vida te lleve por donde yo no he sabido amarte y te demuestre que en el fondo todos somos un fin incompleto, una realidad ausente que nunca sacia nuestros deseos.